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El Ratonero nunca supo con certeza qué habría hecho a continuación, pues las
cortinas azules más cercanas se abrieron para dejar paso a Skwee y Hreest, ambas de
tamaño humano, enmascaradas y con los estoques desenvainados, ambas con porte
señorial y expresión autoritaria, el blanco y el negro de la aristocracia de las ratas.
Sin decir palabra, Skwee avanzó un paso y apuntó con su espada al Ratonero. Hreest
le imitó con tal celeridad que parecía un doble perfecto. Las dos ratas uniformadas de
verde y armadas con espadas, que estaban detrás de ellas, se apostaron a los lados. Por
detrás de estas ratas, las tres armadas con picas, también de tamaño humano, como las
restantes, se situaron aún más lejos en el flanco, dos hacia el extremo de la habitación y
una hacia el diván dorado, junto al cual ahora Hisvet estaba de pie cerca de Frix.
Llevándose una mano a la garganta, Hisvin se sobrepuso al asombro y, señalando a su
hija, gruñó imperiosamente:
¡Mátala también!
La rata aislada armada con una pica reaccionó obedientemente, alzando su arma y
echando a correr. Cuando la gran hoja ondulante pasó cerca de ella, Frix se abalanzó y
aferró el asta. La hoja pasó casi rozando a Hisvet, y Frix cayó. De un tirón, la rata se hizo
con su arma y la alzó para ensartar a Frix en el suelo.
¡Detente! gritó Skwee . No matéis a nadie todavía, excepto al hombre de gris.
¡Vamos, avanzad todos!
La rata armada con pica giró obedientemente y volvió a alzar su arma contra el
Ratonero.
Frix se levantó y, musitando al oído de Hisvet: «Ya son tres veces, mi querida ama», se
volvió para contemplar el resto del drama.
El Ratonero pensó en lanzarse al agua desde el porche, pero en vez de hacer eso
corrió hacia el extremo de la habitación. Tal vez fue un error. Las dos ratas armadas con
picas estaban en la puerta más distante, hacia la que él se dirigía, mientras que las ratas
provistas de espadas que le pisaban los talones no le dieron tiempo para hacer una finta
alrededor de las picas, matar a las ratas que las sujetaban y pasar alrededor de ellas.
Esquivó a sus perseguidoras tras una pesada mesa y, volviéndose bruscamente,
consiguió herir en el muslo a una rata con uniforme gris, que había corrido un poco por
delante de las demás. Pero aquella rata le eludió y el Ratonero se vio enfrentado a cuatro
estoques y dos picas..., y muy probablemente a la muerte, tuvo que admitir al observar la
seguridad con que Skwee dirigía y controlaba el ataque.
Así pues, tajo, salto, revés, estocada, quite, patada a la mesa..., tenía que atacar a
Skwee..., estocada, quite, estocada de contragolpe, retirada..., pero Skwee lo había
previsto, de modo que..., tajo, salto, estocada y salto, salto de nuevo, golpe contra la
pared, estocada..., ¡lo que iba a hacer, fuera lo que fuese, tenía que hacerlo muy pronto!
Una cabeza de rata, seccionada del cuerpo, rodó a lo largo de su campo de visión, y
oyó un grito animoso, familiar.
Fafhrd acababa de entrar en la sala, decapitando desde atrás a la tercera rata con pica,
la cual había actuado como una especie de reserva, y acosaba a las demás.
A una rápida señal de Skwee, las dos ratas más pequeñas, armadas con espadas, y
las dos que quedaban armadas con picas se volvieron. Estas últimas movieron con
lentitud sus largas dagas. Fafhrd cortó la hoja de una pica y a continuación la cabeza de
su propietaria, paró la segunda pica y atravesó la garganta de la rata que la sujetaba, para
enfrentarse seguidamente al ataque de las dos ratas menores, mientras Skwee y Hreest
redoblaban su ataque contra el Ratonero. Su pelaje erizado, sus incisivos descubiertos,
sus peludos hocicos largos y planos, sus ojos enormes azules y negros eran casi tan
intimidadores como la rapidez con que manejaban la espada, mientras que Fafhrd
descubrió idéntica amenaza en el par al que se enfrentaba.
Cuando Fafhrd hizo su entrada, Glipkerio dijo en voz muy baja: «No, no puedo
soportarlo más», salió corriendo al porche y subió por la escalera de plata hasta llegar a la
portezuela del vehículo gris en forma de huso. Su peso lo desequilibró, de modo que se
inclinó lentamente en el tobogán de cobre.
En un tono algo más alto, exclamó:
¡Adiós, mundo, adiós, Nehwon! Voy en busca de un universo más feliz.
Lamentarás mi marcha, Lankhmar! ¡Llora, oh, ciudad que miste mía!
El vehículo gris se deslizó por el tobogán cada vez más veloz. Glipkerio se introdujo en
la cabina y cerró herméticamente la escotilla. Con un breve y sombrío chapoteo, el
vehículo desapareció bajo las oscuras aguas.
Tan sólo Elakeria y Frix, cuyos ojos y oídos no se perdían nada, fueron testigos de la
marcha de Glipkerio y oyeron su discurso de despedida.
Con un súbito esfuerzo concertado, Skwee y Hreest empujaron la mesa hacia el
Ratonero, para inmovilizarle contra la pared. Justo a tiempo, el espadachín saltó sobre la
mesa, esquivó la estocada de Skwee, paró la de Hreest y, con una afortunada estocada
de contragolpe, clavó la punta de Escalpelo en el ojo derecho de Hreest, alcanzándole el
cerebro, y extrajo el acero con el tiempo justo para evitar la siguiente estocada de Skwee.
Skwee retrocedió dos pasos. Gracias a la visión casi panorámica de sus ojos azules
ampliamente espaciados, observó que Fafhrd estaba acabando con la segunda de sus
dos ratas espadachinas, desbaratando por medio de su fuerza los quites de las espadas
más ligeras, sin que sufriera más que ligeros rasguños y leves pinchazos.
Skwee dio media vuelta y echó a correr. El Ratonero saltó de la mesa en su
persecución. En el centro de la estancia algo caía desde el techo, en pliegues azules.
Hisvet, en medio de la pared, había cortado con su daga los cordones que sujetaban las
cortinas que podían dividir la habitación en dos partes. Skwee corrió agazapada bajo la
tela, pero el Ratonero estuvo a punto de tropezar y retrocedió en seguida mientras el
estoque de Skwee atravesaba el pesado tejido, a pocas pulgadas de su garganta.
Instantes después, el Ratonero y Fafhrd localizaron la abertura central en los cortinajes
y la abrieron con las puntas de sus espadas, ojo avizor por si otro estoque salía
súbitamente de la tela o les lanzaban una daga.
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