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toda mancha.» Llora Polibio, y advertido con la muerte de un hermano de lo que puede
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Lucio Anneo Séneca Tratados morales
temer en los demás, viene a tener temor en lo mismo que es el consuelo de su dolor.
Hazaña indigna. Llora Polibio teniendo propicio a César. Sin duda, oh fortuna,
emprendiste esta crueldad para ostentar que ninguno puede ser defendido de tus manos,
aun por el mismo César.
Capítulo XXIII
Podemos quejarnos muchas veces de los hados, pero no los podemos mudar, porque
son duros e inexorables. Nadie los mueve ni con oprobios, ni con lágrimas, ni con
razones. A ninguno perdonan, ni remiten cosa alguna. Dejemos, pues, las lágrimas que no
aprovechan, y el dolor con más facilidad nos llevará adonde está el difunto, que volverle
a que le gocemos. Si el dolor atormenta y no alivia, conviene dejarle a los principios,
retirando el ánimo de los débiles consuelos y del amargo deseo de llorar. Si la razón no
pusiere fin a nuestras lágrimas, cierto es que no se le pondrá la fortuna. Ven acá, pon los
ojos en todos los mortales, y verás que en todos ellos hay una larga y continuada materia
de llorar: a uno llama al cotidiano trabajo su pobreza; otro teme las riquezas que codició,
padeciendo con su mismo deseo; a uno aflige la solicitud, a otro el cuidado y a otro la
muchedumbre de los que frecuentan sus zaguanes. Éste se queja de que está cargado de
hijos, aquél de que se han muerto. Acabaránse las lágrimas antes que las causas del dolor.
¿No ves la vida que nos ha prometido la naturaleza? Pues ella quiso que el primer agüero
fuese el llanto. Con este principio venimos al mundo, y en él consiste el orden de los años
venideros, y en esta forma pasamos nuestra vida. Por lo cual conviene que lo que se ha de
hacer muchas veces se haga con moderación y atendiendo a que son muchas las cosas
tristes que nos vienen siguiendo; y si no pudiéremos poner fin a las lágrimas, debemos
por lo menos reservar algunas. En ninguna cosa se debe tener mayor moderación que en
ésta, de que tan frecuente es el uso. Tampoco dejará de ayudarte mucho el entender que a
ninguno es menos grato tu dolor que al mismo a quien juzgas le das. Él no quiere que te
atormentes, o no entiende que te atormentas. Según esto, no hay razón alguna para esta
demostración. «Porque si aquel por quien se hace no la siente, es superflua; y si la siente,
le es penosa.»
Capítulo XXIV
Atrévome a decir que en todo el orbe no hay persona que se deleite con tus lágrimas.
Pues dime: ¿para qué son? ¿Piensas que tu hermano tiene contra ti el ánimo que ningún
otro tiene, queriendo que con tu aflicción te atormentes, y que pretende apartarte de tus
ocupaciones, quiero decir, de tus estudios y del servicio del César? Esto no es verosímil,
porque siempre te amó como a hermano, veneró como a padre y respetó como a superior;
y así, aunque quiere que le eches menos, no quiere que te atormentes. ¿De qué, pues,
sirve que te consuma el dolor que tu mismo hermano (si es que en los difuntos hay
sentidos) desea que se acabe? De otros hermanos, de cuya voluntad no hubiera tan segura
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certeza, dijera yo con duda esto. Si tu hermano deseara que con incesables lágrimas te
atormentaras, no fuera digno de este tu afecto; y si él no lo quiere, deja tú ese inútil dolor.
Porque el hermano poco amoroso no debe ser llorado tanto, y el que fue amoroso no
querrá que le llores. En éste, en quien fue tan conocido el amor, debemos tener por cosa
cierta que ninguna cosa le puede ser más acerba que este suceso. Si es acerbo para ti, y si
por cualquier modo te atormenta y conturba tus ojos indignísimos de todo mal, y si los
agota sin poner fin a las lágrimas, ninguna cosa apartará tanto a tu amor de esas inútiles
lágrimas como el pensar que debes dar a tus hermanos ejemplo de sufrir con fortaleza
esta injuria de la fortuna. En esta ocasión debes hacer lo que los grandes capitanes hacen
en los sucesos graves, en que de industria muestran alegría, encubriendo los casos
adversos con fingido regocijo, porque los soldados no desmayen viendo quebrantado el
ánimo de su capitán. Lo mismo has de hacer tú, mostrando el rostro disímil del ánimo; y
si pudieres acabarlo contigo, debes desechar de todo punto el dolor, y si no pudieres,
enciérralo al menos en lo interior, encarcelándolo, para que no se deje ver; procura que te
imiten tus hermanos, porque ellos tendrán por justo todo lo que vieren haces, y formarán
su ánimo de tu rostro, y habiéndoles de ser el consuelo y el consolador, no podrás
impedirles su dolor si dieres largas riendas al tuyo.
Capítulo XXV
También apartará de ti el excesivo dolor el persuadirte que ninguna de las cosas que
haces se pueden encubrir. Grande estimación te ha dado el común aplauso de los
hombres; conviene conservarla. Toda esta muchedumbre de consoladores que te tiene
cercado atendiendo a tu ánimo, mira que fuerzas tiene contra el dolor; y especulando si
sabes visar de tanta destreza en las cosas prósperas que sepas sufrir varonilmente las
adversas, pone sus ojos en los tuyos. Más libres son las acciones de aquellos cuyos
afectos se pueden encubrir. Para ti no hay secreto libre, por haberte puesto la fortuna en
mucha luz. Todos sabrán cómo te has gobernado en esta herida, y si en recibiéndola
rendiste las armas, o si estuviste firme en el puesto. Días ha que el amor de César te
levantó al más alto estado a que te trajeron tus estudios. Ninguna acción plebeya y
humilde te es decente. ¿Qué cosa hay tan ratera y afeminada como entregarte al dolor
para que te consuma? En igual sentimiento no te es lícito lo que es a tus hermanos. La
opinión recibida de tus estudios y costumbres no te permite muchas cosas. Mucho es lo
que los hombres quieren y esperan de ti. Si querías que todo te fuese lícito, no habías de
haber atraído a ti los ojos de todos. Ahora es forzoso que des todo lo que prometiste a los
que alaban y celebran las obras de tu ingenio; que aunque algunos no necesitan de tu
fortuna, necesitan muchos de tu talento. Atalaya son de tu ánimo, con lo cual jamás
podrás hacer acción alguna indigna de varón perfecto y erudito, sin que muchos se
arrepientan de lo que de tus partes se admiraron. No te es lícito llorar con demasía; y no
es esto sólo lo que te es lícito, pues aun no lo es el extender el sueño a una mínima parte
del día, ni lo es el huir de la muchedumbre de los negocios retirándote al ocio de tu jardín
ni el recrear con algún voluntario paseo el cuerpo fatigado con la asistencia del trabajoso
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